En el mes de febrero aprovechamos que volvíamos por Asturias para visitar Gijón y comer en uno de los restaurante con Estrella Michelín que nos faltan de la provincia: Restaurante Auga.
Está en pleno Puerto de Gijón, con una ubicación que nos recordó al Bálamu. Un local que anteriormente pertenecía a la rula y con una cristalera espectacular desde la que habríamos visto entrar barquitas si no hubiera sido por el temporal que arrasaba esos días por el norte. A cambio, veíamos las olas saltar por encima del rompeolas, muy entretenido.
Según entramos, tuvimos la suerte de tener una localización privilegiada. Supongo que al avisar que íbamos con dos niños, nos sentaron en un reservado en primera línea del ventanal. Magnífico sitio en el que estuvimos comodísimos, sin preocuparnos por el riesgo de molestar al resto de comensales.
Nos llamó la atención la carta: Cocina de mercado sin las técnicas sofisticadas de las que habitualmente le gustan a la Guía Michelín. Disponen de menú degustación por 73 €, pero el hecho de ir con los niños y la predominancia del queso en la carta, nos echó para atrás a la hora de elegirlo, así que nos decantamos por compartir entrantes:
- De aperitivo nos pusieron unas tarrinas de foie con gelatina de manzana. Ricas y originales.
- Ración de croquetas de jamón ibéricas. Muy ricas y suaves, como los asturianos saben. Tuvieron el detalle de presentarlas en platos separados para facilitar el acceso de los comensales
- Langostinos frescos en su jugo y tocino ibérico (2 raciones, ya que cada ración era de 2 unidades y así pudimos comer uno cada uno. Nos las sirvieron individualmente). Frescos y sabrosos
- Tapa de oricios y manzana: Un poco complicada de comer. Lo más exótico de lo que pedimos. Necesitamos instrucciones, pero cuando por fin nos lo explicaron y lo mezclamos, nos impresionó la mezcla del frío de la manzana con el sabor del oricio. Muy original.
- Media ración de callos guisados: Sólo queríamos probarlos, así que nos ofrecieron esta opción aunque no estaba en carta... y se quedó corta de lo rica que estaba.
Y de segundos:
- Bacalao con pilpil de pimentón ahumado y tomate seco.
- Merluza de pincho, sopa de patata, cítricos y cardamomo: El mejor plato sin duda
- Lubina, algas, ajetes y limón verde:
- Entrecot de carne roja: quise ser original y probar la carne, pero no estuve acertada. No estaba mal, en absoluto, pero si vais, optad por el pescado, porque es francamente increíble. La carne, aunque buena, no alcanzaba el mismo nivel.
De postres:
- Crema de arroz con leche, con el toque requemado típico de Asturias
- Sorbete del día, de frambuesa y albaricoque: curiosa mezcla y fabulosos sabores
- Nuestro postre de chocolate, jengibre y albaricoque: chocolate, chocolate y más chocolate en distintas texturas con contrapuntos muy acertados. De los mejores postres que he comido en mucho tiempo.
Con los cafés nos trajeron unos petit fours muy ricos, una gominola de frambuesa, uno para cada uno, incluido los que no tomábamos café y el niño. Otro buen detalle.
Acompañamos la comida con un albariño Fillaboa. Con un par de botellas de agua y tres cafés, 213 € para 4 adultos y un niño.
Resumiría esta visita como uno de esos sitios escasos que se encuentran de vez en cuando donde todo, absolutamente todo, está rico, desde el primer plato hasta el último detalle (entrantes, pan, petit fours acompañando el café...) y con un enclave espectacular. Desde luego, merece la pena visitarlo.
Está en pleno Puerto de Gijón, con una ubicación que nos recordó al Bálamu. Un local que anteriormente pertenecía a la rula y con una cristalera espectacular desde la que habríamos visto entrar barquitas si no hubiera sido por el temporal que arrasaba esos días por el norte. A cambio, veíamos las olas saltar por encima del rompeolas, muy entretenido.
Según entramos, tuvimos la suerte de tener una localización privilegiada. Supongo que al avisar que íbamos con dos niños, nos sentaron en un reservado en primera línea del ventanal. Magnífico sitio en el que estuvimos comodísimos, sin preocuparnos por el riesgo de molestar al resto de comensales.
Nos llamó la atención la carta: Cocina de mercado sin las técnicas sofisticadas de las que habitualmente le gustan a la Guía Michelín. Disponen de menú degustación por 73 €, pero el hecho de ir con los niños y la predominancia del queso en la carta, nos echó para atrás a la hora de elegirlo, así que nos decantamos por compartir entrantes:
- De aperitivo nos pusieron unas tarrinas de foie con gelatina de manzana. Ricas y originales.
- Ración de croquetas de jamón ibéricas. Muy ricas y suaves, como los asturianos saben. Tuvieron el detalle de presentarlas en platos separados para facilitar el acceso de los comensales
- Langostinos frescos en su jugo y tocino ibérico (2 raciones, ya que cada ración era de 2 unidades y así pudimos comer uno cada uno. Nos las sirvieron individualmente). Frescos y sabrosos
- Tapa de oricios y manzana: Un poco complicada de comer. Lo más exótico de lo que pedimos. Necesitamos instrucciones, pero cuando por fin nos lo explicaron y lo mezclamos, nos impresionó la mezcla del frío de la manzana con el sabor del oricio. Muy original.
- Media ración de callos guisados: Sólo queríamos probarlos, así que nos ofrecieron esta opción aunque no estaba en carta... y se quedó corta de lo rica que estaba.
Y de segundos:
- Bacalao con pilpil de pimentón ahumado y tomate seco.
- Merluza de pincho, sopa de patata, cítricos y cardamomo: El mejor plato sin duda
- Lubina, algas, ajetes y limón verde:
- Entrecot de carne roja: quise ser original y probar la carne, pero no estuve acertada. No estaba mal, en absoluto, pero si vais, optad por el pescado, porque es francamente increíble. La carne, aunque buena, no alcanzaba el mismo nivel.
De postres:
- Crema de arroz con leche, con el toque requemado típico de Asturias
- Sorbete del día, de frambuesa y albaricoque: curiosa mezcla y fabulosos sabores
- Nuestro postre de chocolate, jengibre y albaricoque: chocolate, chocolate y más chocolate en distintas texturas con contrapuntos muy acertados. De los mejores postres que he comido en mucho tiempo.
Con los cafés nos trajeron unos petit fours muy ricos, una gominola de frambuesa, uno para cada uno, incluido los que no tomábamos café y el niño. Otro buen detalle.
Acompañamos la comida con un albariño Fillaboa. Con un par de botellas de agua y tres cafés, 213 € para 4 adultos y un niño.
Resumiría esta visita como uno de esos sitios escasos que se encuentran de vez en cuando donde todo, absolutamente todo, está rico, desde el primer plato hasta el último detalle (entrantes, pan, petit fours acompañando el café...) y con un enclave espectacular. Desde luego, merece la pena visitarlo.
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