CERRADO
Ya la entrada fue tensa. El local estaba vacio, del todo, un sábado de junio (a pesar de estar en pleno Barrio de las Letras) y el personal no tenía muchas ganas de trabajar. La persona que vino a recibirnos nos dijo "ahora les atiende un camarero", cogió la puerta y se marchó; el camarero nos miraba desde la barra y, sin salir de ella dijo "hola" y ahí se quedó, mirándonos sin invitarnos a entrar al salón.... y ahí nos quedamos, sintiéndonos como en un saloon de peli del Oeste hasta que una chica que estaba reponiendo bebidas tuvo a bien el sentarnos. Que no atendernos, no, porque luego otros 15 minutos de espera para tomarnos nota. No había nadie más en el local reitero
Todo esto se quedaría en anécdota si la comida hubiera estado decente pero no llegaba ni a eso. La carta ofrece los habituales entrantes de fingers, alitas y nacho junto con toques originales como samosas, falafel o pakoras (tortitas hindues) además de otros platos como carpaccio de ternera, langostinos en salsa de coco o pure de plátano con patatas. El resto sandwiches, perritos y las hamburguesas, de 12 tipos: nórdica con salmón, de pollo, clásica, Alta Burgersía (con cebolla caramelizada y queso de cabra) e, incluso, una vegetariana con verduras. Las hay de tres tamaños S de 150 gramos, L de 200 y XL de 350; los precios varian entre los 9 a los 17 euros.
Nuestra elección fue una americana sin queso pequeña (12,25€) compuesta de beicon, huevo frito, cebolla a la plancha y salsa barbacoa.
La otra, una Clásica pequeña (10,75€) con queso y beicon.
Un fracaso absoluto. La carne "ecológica" era de mala calidad, sosa y mal preparada. El pan venía tostado y se cuarteaba con solo tocarlo, síntoma de haber sido congelado. Para colmo estaba duro por algunas zonas. Venian acompañadas de unas patatas fritas que estaban frias.
Para el peque vimos que había un plato de 3 hamburguesas mini, le dijimos que si podían hacernos una y dijeron que no solo de 3 en tres, ante nuestra insistencia la explicación es "no sabría que cobraros" así que pedimos un entrante de fingers de pollo (8,5€) que no estaban mal.
Tras la comida estuvimos esperando unos 30 minutos a que nos trajeran la carta de postres. El camarero venía, se asomaba por el salón, nos miraba y se iba, así varias veces... quizá estaba jugando a algo que no supimos interpretar. Tuvo que volver la chica para que nos trajera la carta pero visto lo visto pedimos un café, la cuenta y huimos por si acaso.
La cuenta de las dos hamburguesas pequeñas, los fingers, una Fanta, dos aguas y un solo fue de 40,50€ pelín caro visto el tamaño de las hamburguesas y sin haber tomado postre. No creo que nos vean mucho más por allí.
Hay sitios que parece que es un arte atenderte mal: tardando un montón, poniéndote pegas a todo y animándote a no volver. De todas formas es también una referencia para valorar la manera de servirte en otros lugares. Como siempre, las fotos, lo mejor.
ResponderEliminar