jueves, 13 de mayo de 2010

León atrapa: de tapas por León

Esta entrada es una historia. Es real pero está contada por el novelista, Victor Fernández Correas, periodista y escritor, autor de "La conspiración de Yuste", "La Tribu maldita" y "Le llamaban Manuel". Crónica del viaje a León de la sociedad gastronómica "EL Conjunto" de la que él es miembro fundador. Aquí nos cuenta, con su magnífica prosa, como es ir de tapas por León. Si quieres leer una entrada más "gastronómica" con más de 20 referencias sobre los bares del barrio Húmedo pincha aquí:

León atrapa. De verdad.

Llueve. Una lluvia que ha acompañado a la Agrupación Gastronómica El Conjunto en el viaje y que, mansa, recibe a sus miembros. Los acompañará a lo largo del fin de semana a intervalos; ora suave, ora fría y copiosa.

- ¿Y el sol?
- Haberlo, lo hubo. Un rato, poco más, ¿eh?

El Barrio Húmedo de la capital leonesa es pequeño, enrevesado, de calles estrechas que desembocan en sus dos plazas. La grande, la Plaza Mayor, castellana. Perdón, leonesa, que viene a ser lo mismo, pero no lo es, no se nos vayan a cabrear por un quítame ese parecer. La otra, más pequeña, es el fin. A ella van a morir los ríos de calles pobladas de viajantes como nosotros. Expertos, neófitos, miembros de despedidas de solteros, los que pasaban por allí… Todos tienen cabida en León.

- No veníamos de tapas?
- ¡Ipso facto!

La tarde ha caído sobre León. El cielo, cubierto, amenaza lluvia, pero no caerá ni una gota. Al menos, no mientras los miembros de la Agrupación Gastronómica El Conjunto moren por sus bares.

- Ese tiene buena pinta.

Uno tras otro, los bares, restaurantes y tascas son visitados en busca de la ansiada tapa y la copa de vino, o cerveza, que todo se estila, que asiente bien las viandas ingeridas. Así, a vuela pluma, en la que decíamos Plaza Pequeña, visitamos el Restaurante Latino (calamares y una carne algo insípida, inconsistente, si se quiere), el Rocco (patatas, al ali oli y al roquefort), Jabugo (¡impresionante morcilla!), el Llar (ración extra de ibéricos, con especial atención a la espectacular cecina, en un entorno rancio, rancio, pero con encanto (quien no sea de la Cultural Leonesa, que se abstenga), Rebote (las croquetas de queso y de morcilla dan para dictar una tesis doctoral bastante profunda) y La pintona, que, de tan pintona que es, volvimos al día siguiente a visitarla. No por sus tapas, que realmente no las probamos, sino por el ambiente, sus vinos y sus cervezas. Pero, sobre todo, por esos camareros y por esos gallegos de despedida de soltero, tan salaos, tan borrachos… Tan gallegos.

El viernes se despidió en un garito llamado el Consistorio, cercano al ayuntamiento, porqué, si no, donde la música española (¡música de verdad!) reina a sus anchas en un ambiente distendido y en el que los efectos del vino, en algunos, ya son más que notorios. Comienzan las retiradas. ¡Sssshhh! Mañana más, y mejor.

El sábado recibe a los miembros de la Asociación Gastronómica El Conjunto con un tibio sol que quiere salir, pero no puede, aprisionado entre férreas y grises nubes que anticipan lo que vendrá después tanto en Astorga, por la tarde, como en la propia León, por la noche.

- ¿Y la catedral?
- Venga, vamos a verla.

Impresiona. La CATEDRAL de León, así, con mayúsculas, impresiona. Arbotantes y arquivoltas que elevan al cielo sus delgados muros, luminosas vidrieras que transforman el interior en un caleidoscopio tan bello como etéreo y sus portadas, verdaderas filigranas del arte gótico, confieren a la catedral de León un aire de grandeza que para sí quisieran muchas otras, de mayor renombre, incluso, que se alzan en otras ciudades europeas.

- ¿Y el Pantocrátor?
- ¿Mande?

La Basílica de San Isidoro es otro punto de obligada visita. El panteón de los reyes leoneses descubre a los miembros de la Agrupación Gastronómica El Conjunto una suerte de tumbas, colecciones de telas, tesoros y joyas diversas, capiteles (La Resurrección de Lázaro, La Curación del Leproso) y pinturas (Anunciación a los Pastores, Degollación de los Inocentes, Santa Cena…) inimaginable por los cuatro euros que cuesta la entrada. Mención aparte merece el Pantocrátor, en la bóveda central del panteón, con el Creador del Universo situado en el centro y rodeado por los cuatro evangelistas. Mejor verlo que contarlo. Sin duda.

- ¡Vamos, vamos, que nos espera el cocido!

Astorga dista a poco más de 40 kilómetros de León. Sorprende, nada más llegar, la ubicación de su catedral, de diferentes estilos, junto al Palacio Arzobispal ideado por ese genio llamado Antonio Gaudí. Una proeza de líneas que llena de emoción a quien lo contempla.

- ¿Y el cocido?
- Sea, pues.

La Casa Maragata II, así como su original, es decir, la primera, son famosas por el Cocido Maragato, que es como todos los cocidos, pero no lo es. Aquí se empieza por el final, es decir, por la carne; se continúa con los garbanzos (¡ES-PEC-TA-CU-LA-RES!); y se termina con la sopa, caliente, deliciosa, y que reconforta los fríos cuerpos que vienen de estar expuestos a la lluvia. Porque, ahora sí, ya ha empezado a llover.

Un cocido puede ser bueno, mejor o superior. Y si se acompaña de un buen vino y de mejor compañía, como decía un amigo mío, mejor. En este caso, una peña del Athletic de Bilbao, que tras expulsar a unos gallegos estreñidos (esos caracolillos eran bastante sospechosos, sí), se hizo dueña del salón con sus cánticos y canciones diversas. Una pena que fuera Astorga y no León. Si no, de allí no nos saca ni la Guardia Civil. Palabrita del niño Jesús.

La vuelta a León y su correspondiente siesta pasan en un santiamén antes de retomar la senda que nos ha llevado hasta allí. Y, en esta ocasión, las sorpresas son mayores. Sea por el frío y la lluvia, sea por el hambre (pero, ¿hay hambre tras comerse entre pecho y espalda todo un COCIDO MARAGATO?), sea lo que sea, la noche del sábado superó con creces a la del viernes. El Gaucho (esas sopas de ajo no tienen desperdicio), La Alpargata (¡pedazo camarero, sí señor! Para el mundial, volvemos), la Pizzería La Competencia (nada, un ratillo para llenar la panza), Azabache (cerveza regada con fútbol, el no va más), el gran descubrimiento del fin de semana, el BAR CON MAYÚSCULAS, el Valdesogo, no pasan los años, pasan los siglos, y sus camareros seguirán allí, impertérritos, al son que marquen sus clientes (NOTA: ya no está imperterritó, ha cambiado, se ha modernizado y ya no es lo que era). La Gitana (pedazo chorizo, un poco picante, pero de vicio) y, de nuevo, como la noche anterior, La Pintona, con gran recibimiento por parte del camarero) cumplieron las expectativas de los miembros de La Agrupación Gastronómica El Conjunto.

El fin de fiesta, de nuevo, en El Consistorio, nos animó a regresar a León. Cuando sea, sin prisa pero sin pausa. Una nueva visita al Barrio Húmedo y un alojamiento como reyes en el Hostal San Marcos, obligan.

- ¡Que cuesta un pastón!

Por soñar... Acaso, ¿la vida no es sueño, y los sueños, sueños son?

Víctor Fernández Correas

domingo, 2 de mayo de 2010

Sant-Celoni: Dos estrellas en Madrid

Nuestra primera entrada sobre un restaurante con estrella (Michelín, se sobreentiende) es para Sant-Celoni. No es nuestro favorito (otro día hablaremos de La Terraza del Casino), pero sí que es francamente recomendable.

Restaurante regentado por Santi Santamaría (polémico por sus declaraciones en contra de la nueva cocina) y ubicado junto al Hotel Hesperia (Paseo de la Castellana, 57 de Madrid).

Ambientación muy cálida, en tonos ocres, minimalista pero en absoluto fría y con una distancia mas que óptima entre las mesas. La decoración de las mismas, muy cuidada. Buen servicio y lo más importante, una comida exquisita.

Ofrece la opción de comer a la carta o de menú. Tienen dos menús, uno cerrado y otro “sorpresa” en el que, según palabras del maitre, nos dejamos guiar por la elección del chef en función de los productos del mercado del día. Te dan la opción, por un lado de decir si hay algo que no te gusta o tienes alergias y por el otro, si hay algún plato de la carta que te haya llamado la atención, lo incorporan a tu menú. Nos decantamos por esta opción y no nos arrepentimos. Lo regamos con un cava de la propia bodega de Santamaría. No estaba mal, había que probarlo, pero no pasará a nuestro ranking…

Menú largo y amplio, con ocho platos y dos postres nada raquíticos:
- Huevo de codorniz pochado con salsa de pepino
- Crema de puerros con caballa marinada
- Ostras marinadas en cítricos con coliflor y aire de recula
- Ensalada de rajas con caviar
- Consomé de cebolla con pez limón
- Cigala con salsa de vino tinto
- Pescado Dentón con verduras salteadas al wok
- Pichón a la sal

Postres:
- Cítricos marinados con vino tinto y helado de yogur
- Crema de café con mousse de chocolate cocida

Personalmente todo exquisito, pero me gustaría destacar, especialmente el pichón a la sal. Tiene una carne grasa, con aspecto y color similar al hígado. No fue el plato que mas me gustó, pero sí el mas diferente. Nunca había probado nada similar (se parece en sabor y textura a la carne de ballena).

El menú incluye una degustación de quesos. Pese a que nosotros no la probamos (por nuestra aversión a este lácteo), la mesa de los quesos (unos 2 metros de largo, llenos de queso de todos los tipos), para alguien a quien le guste, daba la impresión de ser un auténtico placer.

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